Wednesday, March 31, 2010

Madre Tierra

Primero hirviente y después enfriada.
Orbitante,
viajera,
giratoria,
sacudida por magmas,
glaciaciones,
seísmos,
erupciones,
meteoros
(como si persiguieras recordarnos dónde estamos
y de quién procedemos).
Bola igual que otras muchas y,
no obstante,
única zona fértil del desierto,
insólito jardín en el erial.
Oasis donde las rocas respiraron,
donde brotaron ojos y cerebros
desde el barro
sin saber para qué.
Inerte generadora de cuerpos,
arcillosa creadora de sentidos,
inconsciente hacedora de conciencias.
Tú seguirás aquí cuando no estemos.
Perdurarás más tiempo que nosotros, criaturas
de tu vientre mineral.
Superarás a tu insólita prole,
a la vida
-esa excrecencia rara,
el sarpullido de tu superficie-,
y aún después girarás como astro inhóspito.
Pero, con todo,
estás condenada a alguna vez salirte de tu eje
e ir a precipitarte
contra el centro
para ser digerida por la estrella.
Como tus hijos,
prolífica bola,
has de extinguirte en un punto del tiempo.
Como nosotros te irás,
madre Tierra,
sin saber la razón de tu existir.

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