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muere mi padre y ya no vuelve Nunca
ya Nunca oigo la voz de la tía Emilia
Nunca más don José
Nunca más Santi
No me despierta Nunca la perra de mi infancia
Tras llevarlo al desguace no volví a conducir Nunca ese coche
Nunca más me pondré las botas de montaña que tanto me han servido y tiro al vertedero porque se desgastaron
no sabré Nunca lo que el velo oscurece, la verdad escondida detrás de la apariencia
(si alguien lee esto, que añada algunas de sus propias nunquidades)
Nunca es Nunca
y es Nunca
y es Nunca Nunca Nunca
Nunca es pequeño como una hormiguita
Nunca es menos que algo
Nunca viene a ser nada
Nunca no se ve, Nunca no se toca, pero ninguna cosa es más larga que Nunca
el pasillo de Nunca no sabe de paredes
Nunca no tiene luego ni después
no hay horas ni minutos ni segundos de Nunca
para Nunca no hay siglos ni milenios
qué raro aplicar Nunca a seres de aquí abajo
Nunca es una medida sin medida
en vano imaginamos el tamaño de Nunca
Nunca no cabe en todo el universo
en el presente los gritos del pasado
los audibles sollozos del pasado
las risas
limpias
sucias
del pasado
las palabras aquellas
dichas y no apagadas
los tonos persistentes con que se pronunciaron
las frases
blandas
duras
del pasado
tiempo arriba subiendo de lo hondo
sonando desde dentro
viejas
nuevas
vibrando retumbando
las voces del pasado en el presente
Esta es la flor que ha brotado en el suelo
pisado por mis días.
Es sombría y discreta,
escasa de fulgor,
indigna de catálogos y álbumes de botánica.
Pero es la flor que surgió en mi escombrera,
la única,
la uniquísima que logró germinar
en medio de mi fango.
Creció gracias a él.
Creció a pesar de él.
No importa que sus pétalos sean asimétricos
ni que luzcan así,
descoloridos.
Da igual que en su perfume haya recuerdos agrios.
No viene de semillas seleccionadas.
No ha sido cultivada por ningún jardinero.
No estuvo protegida por ninguna mampara.
No: ella floreció sola y se alzó por sí misma,
milímetro a milímetro,
del cieno de mi vida.
Mírala bien:
es la flor de la tierra embarrada
de tantos caminos polvorientos.
La rara,
desgarbada,
incorrecta y
hermosa
flor nacida de mí.
debiera llevar todo
debieran llevar todos
una nota adherida
un aviso en el pecho
o en la frente
un cartel que dijera
soy frágil
soy efímero
ahora valórame
si crees que soy querible ámame ahora
ámame intensamente
inmensamente
sin contención
sin freno
ahora que estoy aquí
que estoy contigo quiéreme
sí porque en algún paso o tramo inesperado
a una hora no prevista de un día que desconoces
inevitablemente
justo cuando parezca que nunca he de ausentarme
y más certeza tengas de que soy para siempre
me perderás
Deificadores:
¿Dónde os dejasteis la diosa de la Risa,
el dios del "Te perdono",
la diosa del "Te ayudo",
el dios de la Ilusión,
de la Emoción?
¿Por qué olvidasteis diosas
(o diosecillas)
de la Amabilidad y la Ternura?
¿Por qué no hicisteis una diosa
o un dios
de la Alegría?
¿Y por qué no unos dioses
del "Dañar me hace daño",
"Herir me hiere"?
Griegos, romanos, egipcios y demás:
faltan
-politeístas-
en vuestra teología los dioses cotidianos,
esos de andar por casa;
faltan las diosas humildes y discretas:
las que no piden templos ni pirámides;
faltan las diosas humanamente humanas;
faltan los dioses básicos,
los esenciales,
los necesarios dioses de lo
Sencillo.
No te puedo contar como a las frutas,
las monedas,
los barcos…,
ni decir "cuatro kilos",
"dos botellas de ti me llevo a casa".
Nadie logra medirte como el largo de un puente
o lo ancho de esa calle
o la altura del techo
o los metros cuadrados de una pista de tenis.
No alcanzo a numerarte:
"siete con treinta y seis",
"quinientos dieciocho",
"veinticuatro millones de unidades de ti".
Ninguna cinta métrica,
ningún tacógrafo,
ningún guarismo,
ninguna báscula,
ningún reloj de cuerda
ni de cuarzo
ni atómico
de ti computan nada.
No dejas que te pesen ni te midan
(vete a saber por qué;
puede que porque todo cuanto se cifra es frío,
lo contable es pequeño,
lo medible es banal).
No dejas que te tallen ni te tasen.
El metálico dato no te interesó nunca.
Solamente permites ser sentida;
que se te sienta así, como hoy
te siento.
¿Cómo vas a juzgarla sin conocer sus grietas, sus secretos profundos que a ella misma se ocultan, su propio no entenderse, su erosión, sus derrumbes, sus heridas precoces, sus viejas cicatrices, su miedo, sus arrastres, sus sueños amputados, su humillación, su rabia, su gritar hacia dentro, sus dolores silentes, su ira, sus decepciones, su temblor subterráneo, su niebla, su extravío, su, su, su, su…, sin saber nada de eso cómo vas a juzgar a quien ignoras?
el río de por qué hay esto,
por qué en vez de esto no hay nada,
por qué esta realidad,
ésta y no otra,
de noche las estrellas, tantos mundos
para qué y para quién,
por qué soy yo y no tú,
este teatro de carne y no de cartón piedra
donde el vivir
(sensitivo cuento hiper-verosímil)
se escenifica,
este juego de azar sin reglas comprensibles
carente de objetivo,
en un sitio que no es centro sino arrabal de cuanto existe,
y sin saber qué viene cuando el juego concluya
el río de lo Oculto en su fluir nos lleva,
nos empuja,
nos mueve pero no permite que buceemos
ni ver lo que hay debajo
o cómo es de profundo,
ni mirar dónde nace o dónde desemboca
nada más que nadar en sus aguas opacas,
remar,
bracear en ellas,
en su corriente y en sus remolinos
mantenernos a flote,
sólo eso nos tolera
el río de lo Oculto