Olvidar es higiénico,
es un limpiador mágico:
lava heridas profundas,
arranca viejas costras,
borra manchas mugrientas,
retira los escombros,
lleva el hierro oxidado a plantas de residuos,
saca restos de hollín,
desfonda pozos ciegos,
saca restos de hollín,
desfonda pozos ciegos,
desatasca desagües,
te remoza,
te aclara,
deja correr el aire donde había sólo trastos…
Olvidar es fantástico,
raya en lo milagroso:
lo que una vez pasó no pasó nunca.
(Como esas pesadillas
que llegan pero luego se van sin dejar rastro;
por obra del olvido se esfuman,
se disuelven en medio de la noche.)
Olvidar es salvífico.
(Como esas pesadillas
que llegan pero luego se van sin dejar rastro;
por obra del olvido se esfuman,
se disuelven en medio de la noche.)
Olvidar es salvífico.
Sin su ayuda eficaz, sin su lograda técnica,
¿cómo resistiríamos?
¿Quién podría caminar entre tejas caídas,
desvencijadas losas,
desvencijadas losas,
astillas que se clavan,
vidrios rotos,
cascotes…?
Sea siempre bienvenido el ilustre fregón,
el hábil fontanero,
el pintor que recubre de cal las mohosas piedras.
-Eh oiga, el del mono blanco
(sí, usted: el de la brocha y la escalera al hombro):
¿enluciría usted estas sucias paredes?,
¿vertería sobre ellas una capa
de olvido?