Monday, July 06, 2009

En tal caso

Proust pudo casarse con una muchacha en flor
y tener hijos.
Cogidos de la mano, los llevaría al colegio
y les ayudaría después con los deberes.

En tal caso no habría siete tomos de
En busca del tiempo perdido.

(Y bueno, y qué pasa.)

Kafka pudo casarse con Felice o Milena.
Largas noches de amor,
niños en el jardín
y domingos de té y pastas en casa de su suegra.

Entonces no tendríamos Metamorfosis, Proceso ni Castillo.

(Y bueno, y qué importa.)

Pessoa pudo casarse con Ofelia Queiroz.
Lo habrían visto por calles de Lisboa
empujando un carrito de bebé.
Podría, quizá, haber sido feliz.

En tal caso no habría heterónimos, Tabaquería
ni libro del Desasosiego.

(Y bueno, y qué más da.)

8 comments:

NáN said...

Habría otro Proust, otro Kafka, otro Pessoa. Con otros nombres.

Porque de lo que escribieron es algo que está dentro de todos y si ellos no lo hubieran hecho lo podrían haber hecho otros.

Y eso sí que importa.

No todos nacemos para llevar un carrito y hacer las cuentas del mes. No digo que sea bueno, pero es así.

saiz said...

Llevas razón, Nán. Estos tres autores (Proust, Kafka, Pessoa) llevaron una vida bastante atormentada. Supongo que la grandeza de su obra está ligada a eso, porque el dolor y el tormento se palpan en sus libros.

Dicen que "el genio es combustible y lo enciende el dolor".

Creo que, sin esa vida atormentada, estos autores (como otros muchos) no habrían creado una obra tan atractiva y seductora.

(¿Y por qué nos seducen los frutos literarios o artísticos del dolor?)

Se me ocurre pensar, por ejemplo, en Miguel Hernández. Su "Elegía a Ramón Sijé" o sus "Nanas de la Cebolla" son cumbres de la poesía universal. Pues bien: la Elegía no habría sido escrita si su amigo Ramón no hubiera muerto en plena juventud. En cuanto a las Nanas de la Cebolla, la historia es aún más trágica. Escribió este poema a raíz de que, estando encarcelado -y condenado a muerte- al acabar la Guerra Civil por las autoridades franquistas, su mujer fue a visitarlo a la prisión y le contó que ella y su hijo recién nacido apenas tenían otra cosa para comer que cebollas. Es duro y terrible lo que Hernández debió sentir. Pero, de no ser por esa tremenda vivencia, Hernández no habría escrito aquellos versos.

Sí: por algún raro motivo, las más fascinantes flores de la literatura crecen solamente sobre el estiércol del dolor.

NáN said...

Fueron años terribles. Uno de nuestros mejores poetas murió de enfermedades provocadas por el hambre, al tiempo que sabía que ese hambre, no tanta como la suya, la pasaba su familia.

No todo es dolor, sin embargo, en la literatura. Aunque una dosis de dolor suele provocar una humildad que es buena. Estoy pensando ahora en los "Versos del gran capitán".

Medité mucho sobre lo de Miguel porque, en aquellos lejanos tiempos tuve una brevísima estancia en la cárcel de Alicante y uno de los funcionarios dijo "A ese métele en la celda en la que murió Miguel Hernández". Supongo que sería una broma macabra, pero como comprenderás no se me quitaban ciertas imágenes de la cabeza.

saiz said...

Caramba, Nán, esa historia deberías contarla más despacio, con mayor amplitud. Debe ser interesantísima.

Leí una vez que en la pared de su celda Miguel Hernández escribió, a modo de despedida: "Adiós, hermanos, compañeros, amigos. Despedidme del sol y de los trigos".

Luego he oído que esto es una historia apócrifa, es decir, que no es cierto que Hernández lo escribiera en la pared, aunque posiblemente los versos sí sean suyos y circularan oralmente. Al menos se ajusta plenamente a su estilo.

NáN said...

No creas, Isidro. Una historia vulgar, por lo frecuente, en aquellos tiempos. Y como te dije, fue breve, porque conmigo cayó el hijo de un tipo importante y dieron carpetazo. Ni siquiera los 10 meses habituales con traslado a Carabanchel para la instrucción del caso. No guardo trauma alguno ni queja alguna. Una vez jubilado, el jefe de la político-social se sentó a mi lado en bar y me preguntó si me podía invitar a un café. Lo acepté encantado y hablamos como dos amigos. Él había cumplido con su deber, sin crueldad ni malos tratos, y yo con el mío. No hay más historia ni medallas de resistente que colgarme.

saiz said...

Es tremendo todo lo que las personas que vivisteis esa etapa habéis pasado. Afortunadamente la sociedad actual no tiene nada que ver con aquélla. Y sin duda para bien: tenemos otros problemas, pero apenas nada comparado con aquello.

Hace poco una persona me contó que, para participar en una oposición al Estado, tuvo que presentar un certificado de buena conducta expedido por… el párroco de su pueblo. Y esto ocurría a principios de los años 60.

Mi padre también me contó la difícil juventud que tuvo: Él nació en 1916. Y, justo cuando estaba terminando el servicio militar, empezó la Guerra Civil. Fue movilizado y estuvo tres años sirviendo en el bando republicano (él vivía en Jaén, donde los militares permanecieron fieles al régimen republicano). Después, cuando acabó la guerra, las autoridades franquistas consideraron que ni la mili ni la participación en la guerra (ambas con la República) le habían valido, de modo que le obligaron a repetir la mili, ahora bajo la disciplina de los vencedores. Estando en esta “segunda mili” empezó la II Guerra Mundial. Franco inicialmente iba a apoyar a Hitler, por lo que hubo un sorteo y mi padre fue movilizado para ir a Rusia (en lo que luego fue la División Azul). Finalmente Franco, por razones pragmáticas (no fuese a ser que los alemanes perdieran la guerra –como de hecho pasó- y los aliados le derrocasen), decidió que sólo fuesen voluntarios. Y gracias a eso mi padre no tuvo que ir a Rusia, pero pasó una semana con la maleta hecha y pensando que le enviaban al frente ruso. En total le “birlaron” seis años de su vida.

Cuando murió Franco yo tenía 12 años. Así que no he vivido ese tiempo de lucha y resistencia contra la dictadura. Muchas veces me pregunto cómo me habría comportado si me hubiese tocado vivir esa situación con 18 ó 20 años. ¿Me habría rebelado? ¿Me habría sometido?

hugo said...

Pessoa: sujeto memorable. Recuerdo que decía que para él la felicidad consistía en
-leer un volumen de Conan Doyle o Arhur Morrison,
- un buen puro
- y una taza de café.

Creo que a la conjunción de estas tres cosas a la vez la llamaba algo así como "la Santísima Trinidad".

Un tipo genial. En un relato suyo ("Tres categorías de inteligencia") habla acerca de una mesa. Dice que él ve una mesa y lo que ve es lo mismo que "con pequeñísimas diferencias dependientes de la estructura personal del órgano de los sentidos" ven todos los demás hombres del mundo. Pero a eso se añade lo que para él es una mesa como consecuencia del ambiente cultural en que ha vivido. También esto es común a otros hombres, los que han vivido en el mismo ambiente. Y por último, ve esa mesa asociada a elementos de su vida o experiencia personal. Termina diciendo que "la realidad es una convención orgánica, un contracto sensual ntre todos los entes con sentidos", y esa convención tiene una utilidad social, de modo que lo que hay en común entre la mesa percibida por todos los hombres viene a equipararse, aunque no es, a la realidad absoluta. Ya digo, un tipo genial Fernando Pessoa.

saiz said...

Muchas gracias por tu amplio comentario, Hugo. A mí también me gusta Pessoa, pero reconozco que algunos textos (como los del Libro del Desasosiego o los poemas que firma con el heterónimo Álvaro de Campos) hay que leerlos esporádicamente, no de forma continua, o bien combinándolos con otras lecturas más ligeras. De lo contrario, son capaces de deprimir al lector más vitalista.

Gracias otra vez por tu visita y comentario.