Con qué elegancia mueren. Se apagan y no dicen
“Me marcho. Ahí os quedáis
en este perro mundo, en este sitio hostil.
A mí ya me da igual. No quiero saber nada”.
Y no: antes al contrario. Se mueren preocupados por
los que aquí seguimos:
“¿Qué va a ser de vosotros?, ¿qué os va a pasar más tarde?”
Piensan en los que viven. En los que aún vivirán cuando
ellos ya no estén.
Se retiran inquietos. Se mueren desviviéndose por
cómo será esto cuando ellos no sean
nada.
Con qué grandeza salen. Con qué elegancia
mueren.
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