Aunque seamos incrédulos (cerebralmente incrédulos,
increyentes forzosos: no porque lo elijamos),
nos gustaría que hubiera un Dios
claro, visible, palpable, receptivo,
un Dios
recto y ecuánime,
un Dios
justo en la tierra,
un Dios
que no aceptara
hambrunas, ignominias,
y que no consintiera
Hiroshimas, Mauthausens,
un Dios
que interviniera cuando alguien lo invocara:
“socórreme, Dios mío” y Dios apareciera,
un Dios
que fuera igual que una madre solícita.
Aunque seamos incrédulos (¿y qué culpa tenemos?,
¿acaso lo escogimos?),
nos gustaría que hubiera
un Dios
como Dios manda…
Aunque seamos incrédulos (refractarios a creer,
a la fuerza increedores),
creemos saber muy bien el Dios
que desearíamos.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
2 comments:
Claro que nos gustaría. Ya me gustaría menos que, de existir, tuviéramos un dios que consintiera esas cosas.
Pues sí, Nán. No nos gustaría que hubiera un Dios consentidor de tantas atrocidades (guerras, masacres, campos de exterminio, genocidios...) ni tampoco de catástrofes arbitrarias -que además se ceban con la gente más humilde e inocente: terremotos como los recientes de Haití y Chile, tsunamis como el del sureste asiático, etc...-.
En fin, ¡son tantas las acciones que un Dios como el que desearíamos no toleraría en ningún caso!
Por lo demás, me da la impresión de que todos los humanos tenemos un retrato-robot bastante parecido del Dios que querríamos que hubiera.
Post a Comment