Por la Calle Tristeza y aledaños cruza a veces
el hombre de los globos.
Y basta ver su manojo de globos para que
las calles muden de nombre:
a Calle del Sosiego
o de la Risa.
De vez en cuando el hombre de los globos
regala a quienes pasan
globos verdes
o naranjas
o rojos
o violetas...
Y de pronto sus caras se encienden
como la de un niño cuando va a la feria
(como ese niño grandullón que somos).
Con un nudo se los atan al brazo
y olvidan
(mientras tienen gas los globos)
el primitivo nombre de la calle.
(Oiga, señor, déme ese globo azul.
Sí, por favor: ¡ lo necesito tanto !)
Ojalá que al doblar aquella esquina
veamos venir al
hombre de los globos.
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5 comments:
Yo quisiera, al menos, un globo para cada día. Por lo menos uno.
Sí, gracias, Aurora. Yo creo que un globo al día sería suficiente. E incluso menos de eso, siempre que sepamos hacer lo necesario para que no se nos desinfle.
quizás solo venga cuando le llamamos ó nos acordamos de él.
No es que el resto no lo sean, pero hay veces que te leo y sólo recorre la palabra "genialidad" mi pensamiento.
Óle.
Celia.
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