Creían en los hombres, soñaban la utopía.
No sabían de ruindad,
de abyección,
de pequeñez.
No: ellos creían en los hombres, soñaban la utopía.
Decían camaradas,
solidario,
humanidad...
Gritaban pueblo,
paz,
revolución,
mañana...
Apenas tenían ojos para lo pequeño,
para lo mezquino,
para lo abyecto,
para lo egoísta,
para lo ruin.
Creían que la hermandad de los seres humanos
disiparía la vileza del mundo.
Creían que la unidad excluiría la abyección.
Creían que la grandeza borraría la ruindad.
Y no.
No es así. No ocurre así.
Pero ellos lo pensaban.
Confiaban en nuestra altura,
en nuestro valor.
Por eso soñaban con construir la utopía.
Por eso creían en nosotros
los hombres.
Sí:
confiaban en nosotros mucho más que nosotros.
Nos pensaban más grandes,
más íntegros,
más puros.
Nos suponían más limpios de lo que en verdad somos.
Creían en nosotros más que nosotros mismos.
Tal vez siguen soñando, creyendo aún en nosotros.
Si es así,
por favor, no habléis alto.
No hagáis ruido.
Caminad en silencio para no despertarlos.
Si es así
(si aún creen,
si aún sueñan,
si aún confían en nosotros),
entonces protejamos su sublime creencia.
Defendamos, entonces, ese sagrado sueño.
3 comments:
Tu poema setembrino tras la desaparición en agosto.
Tienes razón, no es así. Pero ¿cómo puede ser? Proteger su creencia es semilla de un mañana demasiado lejano.
Un abrazo
Erizante poema. Enhorabuena.
Muchas gracias por vuestras palabras.
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