No es un
dictado,
señora
maestra,
ni es éste
mi cuaderno de escritura
ni estamos
ya en su clase de primaria.
Es mi
diario,
el libro de
mi vida.
Y si ahora
usted corrigiera y tachara en rojo
los errores,
los
equívocos
(como subrayaba
en esos dictados, con rotulador rojo, las faltas de ortografía
–lo que,
siendo con be, escribí yo con uve,
o las
haches que omití o indebidamente puse…-),
si ahora
usted corrigiera y subrayara
las
equivocaciones de mi vida,
¡qué cúmulo
de rayas y de enmiendas,
de subrayados
rojos en mi libro!
Cuántos
errores, señora maestra.
Y qué puedo
decir
más que
llegué al mundo sin saber ortografía;
que vine
sin saber,
vine
ignorante;
que nací inadvertido e iletrado.
que nací inadvertido e iletrado.
Y que luego,
cuando viví
e incurrí
en todos los errores que siguieron,
tampoco
nadie me había explicado
las bes,
uves y haches del camino.
Tampoco entonces
nadie me enseñó
a escribir
los dictados de la vida.
3 comments:
Es que el error, es la Maestra, y la ortografía se ha cambiado por la ortocardía.
Hola, Nán. Aunque no siempre te conteste, leo con mucha atención (y cariño) todos tus comentarios. Un abrazo.
Pero hay otra forma de verlo. Seguro que en el cuaderno son menos las palabras no subrayadas que las sí subrayadas en rojo. Y todas esas palabras no subrayadas fueron aciertos. O sea que al final los aciertos ganaron a los errores, y posiblemente por goleada. Aunque a lo mejor no resulta muy poético...
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