Tus colmillos fueron
dientes de tigre.
Esas pequeñas uñas fueron
garras.
En lugar de maullar,
rugías al viento.
Al acecho atrapabas a tus presas.
(O matar o morir:
no hay más opciones.)
Pero me inclino a creer que albergabas,
que escondías también en aquel tiempo
(detrás de tu ferocidad felina,
bajo esa corpulencia incontestable de supremo devorador selvático)
un gramo de ternura
a buen recaudo
de las terribles reglas de la vida.
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