Con estos mismos brazos con que hoy nos abrazamos,
podríamos mañana azotarnos y herirnos.
“Pero eso no es posible”,
nos decimos los dos
(igual que anteriormente pensaron tantos otros que después se agredieron).
Y sin embargo sí,
eso podría pasarnos:
que donde ahora hay amor reinen mañana el odio,
el rencor o
el reproche.
Así podría jugar con nosotros la vida.
Pero tú abrázame y deja que te abrace.
Abracémonos ambos con tu fuerza y la mía.
Abracémonos hoy sin temor al “más tarde”.
Confiemos en nosotros para hacer frente a todos los óxidos y herrumbres.
Confiemos en nosotros para hacer frente a todas las grietas y erosiones.
Confiemos en nosotros,
los nosotros de hoy,
para hacer frente a todos los nosotros futuros.
Prohibámonos romper,
por hastío o apatía,
este abrazo de ahora.
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6 comments:
Jó qué bueno, Isidro. Lo de
Confiemos en nosotros,
los nosotros de hoy,
para hacer frente a todos los nosotros futuros.
Podría ser una bandera. Es un gesto de generosidad.
Gracias, Nán. La cuestión es que ninguno podemos estar seguro de no convertirnos, en el futuro, en la parodia o caricatura de lo que somos actualmente. Nadie está a salvo de su propia y futura degradación moral.
Nadie puede estar seguro de que en el futuro no se convertirá en aquello que ahora más detesta. Nadie puede estar seguro de no evolucionar a peor, de no degenerar.
Por lo mismo, nadie (en fin) puede estar seguro de que su amor de hoy no se convertirá mañana en un cóctel de reproche y desamor.
Hay una copla andaluza que expresa esta evolución con natural donaire:
Hubo un día en que por verte
daba paseos
y ahora por no verte
doy mil rodeos.
Uno querría conjurar estos peligros del propio futuro. Pero no: no se puede.
Qué extraño, verdad?, que quien hoy es amigo mañana pueda ser enemigo; o que quien hoy nos ama (o amamos), mañana le odiemos (o nos odie)....
Así es, Aurora. Sobre esta idea, escribí un relato que no sé si he publicado en el blog pero se incluyó en el libro "Miedo a no volar". El relato se titula "El tiempo de los verbos". Lo recupero ahora.
EL TIEMPO DE LOS VERBOS
Como el apartamento de la playa me corresponde, he venido a traer algo de ropa. Revolviendo cajones he encontrado las cartas que me escribiste cuando éramos novios. Ni me acordaba de haberlas guardado aquí.
“Te echo tanto de menos… Cuando estoy sin ti soy medio yo. Cuento los minutos que faltan para estar contigo”, decías en una.
Por un momento pensé en romperlas: ¡como si tirando cartas o fotos pudiera abolirse el pasado! Pero no pude. Y ahora no sé qué hacer con ellas. Tampoco sé si son de tu propiedad o de la mía (se nos olvidó incluirlas en la liquidación de gananciales). Por eso te las envío: un viaje de vuelta por el correo, después de tantos años. Te mando también mis nuevas señas. Para los flecos del divorcio.
Volviendo a las cartas, me cuesta creer que fui la persona a quien iban dirigidas (claro que ¿es uno el mismo toda su vida?). Y también me cuesta recordar lo que sentí al leerlas.
No sé qué le pides tú al tiempo, pero yo le pido que sea justo. Que trate igual al pasado y al presente. Que el mismo empeño que puso en desgastar nuestro amor, lo ponga ahora en disolver nuestros reproches.
Magnífico relato, Isidro. Ya lo habia leido en tu libro pero me ha gustado releerlo ahora igual que la primera vez que lo leí.
Gracias, Aurora, por tus palabras.
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