Puede que alguien se encarame
en un yerro,
un desentono,
el punto de alguna i,
y que desde allí intente
arruinar tu construcción,
estirar de una cornisa
para arrancar los cimientos
y sumergir tu edificio
en un charco de desánimo.
Pero puedes resistir
si te tapas los oídos,
si exhibes sólo los párpados.
Entonces probablemente
se romperán sus cordajes.
Todas las columnas pueden
no ser suficientes
para aguantar el blando embate,
el venenoso roce
de la mezquindad.
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