Avanzamos de continuo en nuestra nave
rectilíneos a través de las galaxias
hasta llegar a la frontera cósmica
(los confines últimos del infinito)
y entonces lo vimos:
Allí fuera había
dos cachorros de desconocida especie
más grandes aún que el propio cosmos
que traviesamente (igual que dos niños
con su mecano de piezas de colores)
jugaban a improvisar un universo.
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